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domingo, 8 de junio de 2014

Un dios imaginario al que quiero muchísimo y le cuento ciertas cosas...


     Un dios imaginario al que yo le doy vida, fondo, forma, circunstancias diversas... un dios al que le pido, un tanto de forma descarada, que...¡ojo, estoy aquí!. Un dios imaginario que entiendo yo que es una fuerza interior necesaria ésta, (según se vea, o se crea en ella), pues como un estímulo para levantarte, alzar el vuelo, sentir que tras experiencias muy desagradables, vuelves a tomar las riendas de tu vida, de tu espacio, de tu necesidad- mundo. Un dios imaginario al que busqué siendo muy niña, y, a día de hoy me viene como anillo al dedo. Evidentemente, este dios imaginario y un tanto particular, pues no sustituye al ser humano, no sustituye la relación que tú puedas tener contigo misma o con el mundo circundante. Para mí es algo vital. Entiende que lo he fabricado, imaginativamente, para que esté ahí en situaciones límites, absorventes, vitales en mi esencia- vida. Evidentemente, no sustituye a ninguna persona, ni siquiera a las circunstancias mas vitales, las familiares. No es que este dios imaginario me aparte de la gente de mi alrededor, ni siquiera de las personas significativas en mi vida. Pero... si estuviera en un infierno donde, aparentemente, nadie pudiese llegar, pues él estaría allí. Ya te he dicho que es una fuerza interior, una parte de mí que yo he trabajado, a veces, por necesidad de supervivencia. Es un dios imaginario que no me obliga a nada, que no marca mis pasos, ni siquiera me exige correspondencia. A veces, pues le pido que me preste la mirada de mi abuela, para que pueda tener junto a ella la profundidad que en milésimas de segundos era capaz de alcanzar. También le comento, imaginativamente, pues como mi abuela podía pasar de un agrio a un dulce empalagoso. Es deicir, de leerle la cartilla a quien ella quisera. Sí, con una retahíla verborreica de tras de otra, y, casi al instante, compartir, de forma desinteresada, hasta aquello que ella tenía como neceisidad. Quizás le pediría a mi dios particular imaginario que me prestara esa capacidad de absorver información de forma rápida y eficaz que poseía mi abuelo, y que ello fuera prácticamente imperceptible para los allí presentes. También quiero dar las gracias a este dios imaginario porque el hecho de haber creído en él en determinados momentos, pues me ha hecho fuerte. Soy una persona muy agradecida y él, aunque sea imaginario, debe saber que yo jamás, jamás le olvidaré. Un gracias infinita a mi dios imaginario puesto que... dicen que la imaginación puede dar muchísima vida. Y lo que se aprende al ser imaginativo/a,  en muchos campos de la vida, pues puede dar lugar a resultados realmente sorprendentes. Así pues, Gracias.

        NOTA
  Quiero aclarar que el dios del que hablo, imaginativamente, ha sido creado por mí. Poco a poco, sin prisas, con muchas pausas. Sin sentir que fuera un guerrero invasor. Tampoco es el dios de ninguan iglesia en particular. Digamos que es un dios fantasiá de andar por casa. Para mí es una fuerza interior capaz de hacerme pensar, esbozar una sonrisa y sentir que se puede tirar pa`lante. También puedo encontrar esa fuerza, esa luz, esa disponibilidad para expresar lo que siento, lo que necesito.... pues en otros seres humanos. Digamos que mi dios imaginativo, particular, no es incompatible con el ser humano, con la sociedad, con las culturas diversas... simplemente, él está ahí. Fruto de mi imaginación un tanto necesaria y un tanto caprichosa.

         M.Mercedes Rodríguez Perera    8/06/14

2 comentarios:

  1. A veces se trata a dios, por algunas personas, como si fuese un chicle de mascar. Sí, de usar y tirar. Aunque pensemos que creer en dios sea algo absurdo, sin sentido, pues para muchas personas, dios es aquel elemento que les da el empuje necesario y suficiente para salir a flote, para apostar por lago tan hemoso conmo es la vida.

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  2. Yo creo en un dios personal, imaginativo, vivaracho, y, si me apuras, hasta juerguista. Es un dios que no pertenece a ninguna ideología, ninguna religión particluar. Pero la persona que descubre en su interior esa fuerza capaz de levantarlo incluso del mismo infierno, aunque no se le de el nombre de dios, pues ha de pensar que tiene algo muy poderoso en su vida, en su mundo interior, al cual, imaginativamente, puede consultar, pedir ayuda y sentir, sin saber el cómo y el por qué, pues que de alguna manera, sus objetivos van siendo luceros en el camino. Pergaminos en una mano que entiende de letras.

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